En los últimos años hemos visto emerger viñedos en la costa argentina. Primero fueron unas pocas hectáreas en el área de Bahía Blanca y Ventana, luego otro puñado en torno a Chapadmalal, a los que se suman Balcarce, Viedma y un remoto viñedo en la costa chubutense (recién plantado), para consolidar una movida pequeña pero interesante por lo que representa en sabor.
Empujada por un puñado de emprendedores, algunos locos sueltos y otros empresarios del rubro, hoy la costa argentina ofrece unas 210 hectáreas de uva, que ya dan al menos para tener algún grado de gravitación en la góndola.
De las 145 hectáreas de viña que hay en la provincia de Buenos Aires, 110 son plantaciones viníferas en partidos costeros o semicosteros, como Torquinst en Ventana, Balcarce o Pueyrredón, con Chapadmalal y Villarino en torno a Bahía Blanca. Hay que sumarle las 100 hectáreas de Adolfo Alsina en Río Negro para tener aquella superficie razonable.
Vinos de montaña y mar
En la reciente edición de la Premium Tasting, el evento de degustación más grande del país, tuvo lugar un seminario que abordó las diferencias que presentan los vinos oceánicos versus los continentales. Los responsables fueron los miembros del equipo técnico del Grupo Peñaflor, con operaciones en el mar y la montaña: el director de enología Daniel Pi, el director de viñedos Marcelo Belmonte y el jefe de enología de El Esteco, Alejandro Pepa, desde Cafayate.
Fue Belmonte el responsable de establecer las variables fundamentales. Mientras que el análisis climático empata la zona de Chapadmalal, donde desarrollaron Trapiche Costa & Pampa, con Burdeos en Francia, la realidad desmiente todo pronóstico. “En términos de grados días –la ecuación que permite comparar regiones por la sumatoria de horas a temperatura mayor a 10 grados entre octubre y abril– podíamos madurar incluso Malbec. Pero nuestro límite es el Pinot Noir en tintas”, dijo.
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