De no mediar declaraciones disruptivas de los candidatos que arribaron al balotaje, las tensiones cambiarias deberían aplacarse en el corto plazo, aunque nuevamente en una economía sin anclas ni programa, la descoordinación generalizada puede tener efectos no esperados. Serán veinte días hábiles donde la intensidad de los desequilibrios pueden remarcarse o comenzar a matizarse, siendo este último escenario de baja probabilidad.
Se proyecta una economía con pocos incentivos para dinamizar la actividad a pesar de que muy probablemente se active un nuevo plan de emisión monetaria y represión cambiaria y de precios. Sigue siendo peligroso el carácter aislado, procíclico y poco persuasivo de la política económica sobre la crisis económica. Contrariamente a lo esperado, parece agravarse.
En el corto plazo no se esperan gestiones efectivas sobre temas urgentes como la brecha cambiaria, dinámica inflacionaria, desequilibrio en precios relativos, aumento del gasto público corriente y persistencia de la dominancia fiscal sobre la política monetaria. Más aún, se sostendrán y posiblemente se profundizará.
Son favorables las posturas menos radicales y de acuerdos que parecen implementar los dos candidatos. En este sentido, es claro que el mejor escenario sería un plan llegar con criterio de sostenibilidad. En el muy corto plazo, esto hace bajar la aceleración en la incertidumbre y, en consecuencia, las decisiones que advierten el potencial de mayores disrupciones, principalmente en el mercado cambiario.
A los fines políticos, la ampliación de la política de ingresos financiada con emisión monetaria parece haber tenido efectos favorables para el candidato oficialista. No obstante, la ilusión monetaria que generan dichas medidas se evaporan rápidamente y continuarán impulsando nuevas rondas de aumentos de precios.
Es natural que ante la profunda crisis económica, los sectores sociales que soportan un mayor deterioro, perciban como una salida al mayor asistencialismo lo cual no se traduce en que estas medidas sean sustentables a nivel agregado, en efecto son impulsos inflacionarios.
Destacamos que la ausencia de una política antiinflacionaria no solo agrava el panorama, sino que pone a la economía muy cerca de un mayor nivel inflacionario. En este marco, los eventos negativos pueden arribar con una celeridad no esperada, esto hace a la necesidad de cambio en la gestión económica.
La herencia es claramente negativa con el potencial que podemos observar una mayor profundización de los desequilibrios. El PIB no crece sostenidamente desde el año 2011 con proyección de caída en -3% para este año, la inversión bruta interna promedio anual se encuentra estancada en 17% del PIB desde el inicio de la década de 2000, inflación de dos dígitos anuales desde el año 2007, un déficit fiscal primario que se proyecta por encima del 2%, desequilibrio de los precios relativos, pobreza por encima del 40%, reservas internacionales netas entorno a los –U$S 6.000 millones, entre otros aspectos.
Esa herencia o condiciones iniciales para el próximo gobierno nos debería plantear el interrogante sobre la sustentabilidad de las políticas económicas de los últimos años, incluso a pesar del shock COVID y la sequía. Una reacción inmediata se relaciona con la imposibilidad de los dirigentes y hacedores de política en generar las condiciones necesarias para la implementación de reformas estructurales, a pesar los años de alto crecimiento sostenido de 2003-2008 y el buen marco internacional para la economía argentina. Seguramente la respuesta sea malas políticas en lugar de mala suerte.
(Martín Calveira: economista investigador del IAE Business School)