Un Tango en Madrid

(Por Fausto Manrique) Recuerdo en mi adolescencia temprana, caminar de regreso a casa a la salida del séptimo grado de la escuela primaria. El trayecto era, prácticamente, en línea recta, lo que imposibilitaba tomar caminos alternativos, bifurcaciones y o atajos. Casi que me conocía, de memoria, todos los pórticos de entradas de las casas y hasta podría describirlas con los ojos cerrados,  más allá del paso del tiempo. Dicen que los recuerdos de la infancia se llevan para toda la vida, al igual que los lunares y las manchas en la piel.

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Aunque casi nada me sacaba del letargo que significa volver caminando a mi hogar, había una casa en particular que me despertaba la curiosidad. Recuerdo una placa en la reja  de entrada, una rejita mal trecha de hierros pintados de negro, la cual custodiaba un pasillo largo, lúgubre y oscuro como triste. La placa decía: En esta casa vivió Alfonsina Storni.

Con un dejo de ansiedad es que fui con la duda a mi abuela Adela. Adela era la típica maestra de escuela de antes, la que jugaba crucigramas con una enciclopedia ilustrada y un diccionario a su lado. La que usaba lentes de marco carei tan pesados como la enciclopedia. La que nos tejía pulóveres con los retazos de las lanas de los tapices que terminarían ocupando paredes. La que escuchaba tangos de Julio Sosa, Gardel, Roberto Goyeneche, Eladia Blázquez, Tita Merello y Eduardo Falcón, entre otros.

-“¿Abuela, vos sabés quien era Alfonsina Storni?- y dejando las agujas de tejer a un costado y levantando su mirada por encima del marco de sus pesados lentes, me relata la siguiente historia: –“Alfonsina, fue una poetiza Suiza que vivió de pequeña en San Juan y que, lamentablemente, decidió terminar con los avatares de su tristeza en alguna playa de Mar del Plata”-. Se levantó de su silla mecedora y se dirigió hasta un mueble en el living que oficializaba de biblioteca, hurgó con la vista, mientras rasgaba con su uña en el lomo de los libros, hasta que, halló el que buscaba. Lo abrió y, casi como por azar, me leyó la siguiente estrofa:

 “Estoy en San Juan, tengo cuatro años, me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causa en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo un libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta.

La historia de Alfonsina y su escritura sería algo que me acompañaría a lo largo de mi vida, tanto como los pasitos del 2x4 que aprendí de mi abuela Adela y que me convirtió en su compañero de baile a lo largo de su existencia.

Con el correr del tiempo, y con el rédito económico propio de alguno de mis emprendimientos gastronómicos, pude cumplir con el deseo de mi abuela de conocer Europa.

Cuando un descendiente de europeo pisa por primera vez el suelo del viejo continente comienza a construir el nudo y el desenlace de su propia historia familiar.

En mi caso en particular, los paralelismos entre España y Argentina, nunca hubiesen sido tan bien entendidos, sin hasta no haber vivido en carne propia, caminar por las calles de Madrid.

En pleno otoño en Mendoza, con ropa de mediana estación y con los colores ocres de los árboles, partimos desde el aeropuerto internacional El Plumerillo en un vuelo de Aerolíneas Argentinas. El vuelo que va directo al aeropuerto internacional de Ezeiza, para luego tomar nuestro vuelo con destino final al aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez - Madrid.

Arribados en Madrid, buscamos nuestras maletas por la cinta de equipajes y preguntamos cómo hacer para tomar el tren, para luego el subte, que nos terminaría llevando a la Gran Vía.

Como he comentado en cuentos anteriores, las grandes ciudades poseen un sinfín de elementos que las definen como únicas e indiscutidas. De todas maneras voy a hacer caso omiso a mis comentarios pasados, ya que es necesario sincerarme e ilustrarles el momento en que salimos a la superficie en la estación del subte a plena Gran Vía.

Desde la escalera mecánica ya se percibía la claridad del día. Conforme íbamos subiendo en dirección a la luz natural, los elementos del ambiente se comenzaban a llenar de colores. Otoño en Argentina, primavera en Europa. Fue como caer adentro del jardín del cuento del Mago de Oz. Flores por aquí, flores por allá. Mangas cortas, gorras, sombreros, zapatos con suelas naranjas, pantalones con elásticos de colores pasteles, vestidos livianos, chicas y chicos tatuados, bicicletas, bicicletas con canastos con flores, buen onda, mucho respeto y todo ordenado.

Como por acto de magia estábamos parados en el medio de una avenida, una avenida en el medio del centro de Madrid. No pude evitar obnubilarme de las similitudes con Buenos Aires. Madrid esa cuasi réplica perfecta de Buenos Aires, o mejor dicho, Buenos Aires esa muy buena y desordenada copia arquitectónica de Madrid.

Me cuestiono y les consulto –“¿Qué sería de las ciudades sin gente?”-. Probablemente no serían ciudades, o serían pueblos fantasmas carentes de expresión. Entonces, no sería correcto hablar solo de puntos comunes, o estilos, en las edificaciones, sin además destacar los parentescos y parecidos en los rostros, usos y costumbres. En este caso, de los Españoles con los Argentinos.

Ya instalados en el hotel decidimos salir a recorrer Madrid, un poquito caminando y otro poquitito a pie y otro poquitito arriba del “Madrid City Tour”. Los buses turísticos son una muy buena opción cuando de la primera visita se trata. Ya que en tan solo 80 minutos, podrán llevarse un pantallazo general de los puntos principales, de la historia, la cultura y la diagramación de la ciudad.

Centro histórico, Puerta de Alcalá, Gran Vía, Puerta del Sol, Plaza Mayor, Museo del Prado, la Cibeles, Templo de Debod, Palacio Real y la Catedral de la Almudena. Aprovechando para bajar en cada parada, para caminar un poco, comer unos pinchos, tomar unas cañas, mirar las vidrieras de las tiendas de ropa, souvenirs, y comprar un libro o un disco de música. Si; sí; erán esas épocas que habían tiendas que vendían música en cds y nosotros, los de la generación X, disfrutábamos de quitarle el celofán al compact disc. Un placer tan enfático que los centennials jamás podrán apreciar.

Entramos en la tienda “Tipos Infames - libros y vinos”. Un nombre tan Dantesco como la propuesta de mixar libros con bebida. Un plan perfecto para relajar y ver la gente pasar. Con intenciones de disfrutar de una copa de vino de la Rioja, de Ribera del Duero, de Muga, o de Vega Sicilia y algún libro del poeta castellano Jorge Manrique (homónimo de mi padrino de Argentina).

Ambiente súper relajado y distendido. La gente compartía lecturas y párrafos; sidras y vinos; y la librería promovía combos de libros y copas; tapeos y música. Sin lugar a dudas, la misión del negocio era amenizar, aún más, el disfrute intelectual.

Pedimos un tinto de verano, o un tinto de vereda como le llama mi amiga Nico, y preguntamos que tapa nos recomendaban, -“la enzaladilla ruza ztá rezien echa tío”-, nos respondió una chica madrileña súper guapa. Intentando parecer locales, -“marchen doz poar favor”-, -“¿Zoiz Argentinoz?”-, -“de San Juan y Mendoza”-, intentando despegarnos de los porteños, –“Zi hay algo lindo que noz ha dado Ezpaña y Argentina, ez el tango y el flamenco y nada máz zádico que el Diego Zigala cantando tangoz”-. La madrileña tatuada, de ojos claros, mirada penetrante y aliento dulce a vino de jerez, se debe de haber dado cuenta de mi cara de: “yo no zé nada”, y sin pronunciar palabra, y con un gesto de complicidad, le dio stop al jazz que sonaba de fondo, cambió discos y le dio play a Cigala & Tango, subió el volumen y  por los bafles de la librería, el Cigala le da la bienvenida a Néstor Marconi (bandoneonista Argentino que con mi hermano Néstor escuchábamos de adolescentes) y de pronto comienza a sonar Alfonsina y el Mar.

El pasado se hizo presente y el futuro se hizo incierto. De lo único que estábamos seguros, era de lo bien que la íbamos a pasar en ese viaje, cargado de emocionalidades y Déjà vus.

Extracto de un poema de Camilo,  Cántico a mi patria, España……

España, la patria mía,

patria mía eres, España.

Eres patria de mi madre,

de mi padre tu eres patria,

la patria de mis amores

y la patria de mi raza;

tú eres vida de mi vida

y alma también de mi alma.

Receta del Tinto de Vereda, para preparar en jarra, receta según los amigos de Tawa:

  • 1 botella de vino tinto Malbec.
  • 1 jugo de limón.
  • 1 agua tónica
  • Rodajas de naranja, pomelo, limón o lima.
  • Frutas de estación: frutillas, cerezas, uvas, duraznos, damascos.
  • Hiervas frescas (menta, romero, albahaca). Mejor si te animás a hacer almibar de romero.

Preparación: llenar la jarra con mucho hielo (piedras grandes) y colocas todos los ingredientes con los que cuentes, revolvés y listo para tomar…..cerciorarte de decorar los vasos con hielo y una rodaja de algún cítrico.

Receta Ensaladilla Rusa Española (con atún, puede ser con pollo o con carne de asado).

  • 4 papas medianas.
  • 2 zanahorias medianas.
  • 2 huevos duros.
  • 1 frasco de alcaparras (podés usar una lata de arvejas).
  • 1 lata de pimientos morrones.
  • 1 par de ramitas de perejil / ciboullette.
  1. Cortar las papas y las zanahorias en cubos y cocinar en agua hirviendo con sal o preferente en la vaporera.
  2. Mezclar el atún (el pollo en hebras, o la carne en dados) con las papas, la zanahoria, los huevos duros y las alcaparras.
  3. Al frasco con el agua de las alcaparras, agregarle mayonesa, mucha mayonesa, un toque de mostaza, un toque de vinagre de vino, sal y pimienta. Preparar una emulsión y volcar sobre las verduras, revolver y dejar reposar en la heladera (es preferible prepararla un par de horas antes de consumir para que los sabores y aromas se mezclen).
  4. Minutos antes de servir, decorar con los pimientos morrones y con el perejil picado.

Variantes recomendadas: podés utilizar pepinillos o el mix de vegetales en vinagre (zanahorias, coliflor y pepino) o aceitunas verdes.

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