Mirar pero no ver: la realidad de la flora mendocina (primera parte)

(Por Gastón Panza, Martina Ruffo Vicino, Facundo Orlando y Fátima Pardo) La vegetación de la provincia no tiene un lugar relevante en la vida diaria de la sociedad. ¿Existe una razón para que ocurra esto o es simplemente un menosprecio generalizado?

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La cuestión ambiental ocupa día a día un espacio más grande en la vida y las discusiones de la sociedad actual, el calentamiento global y las problemáticas relacionadas con el tema ya no son algo pasajero. La provincia de Mendoza no es indiferente a esto, sin embargo, existe una temática que no persiste en la agenda cotidiana o incluso no es conocida por gran parte de la población: la flora nativa, aquella originaria de nuestras tierras.

El algarrobo, chañar, coirón, cactus, la jarilla y muchos más son parte de la biodiversidad autóctona de la provincia. Todas estas especies trabajan silenciosamente en la retención del agua, la morigeración del clima, la temperatura, la conservación de los suelos y también se involucran en fenómenos como los aluviones o viento zonda ya que reducen el impacto o lo evitan.

Pero el hecho, sin embargo, es que casi todos los jardines, plazas y parques mendocinos se encuentran decorados con plantas que en primavera deleitan nuestras miradas con sus colores y su brillante verde. ¿Pero realmente hacen bien?

Entre las cualidades de la flora mendocina no se encuentran, en su mayoría, características como las mencionadas anteriormente pues su adaptación al clima árido y seco hacen que estas posean una belleza distinta. Hojas pequeñas, colores oscuros o incluso espinas largas son algunas de las particularidades que destacan en la vegetación de zonas como las nuestras.

Al regresar la atención a los mendocinos se puede notar que no son muchos, o casi ninguno, los que eligen tener este tipo de especies autóctonas decorando sus jardines. Lo que abre un interrogante: la sociedad mendocina, ¿desprecia la flora nativa?


El origen de la vegetación introducida o exótica en Mendoza

La flora nativa ha estado presente desde el origen y su existencia ha convivido con la del hombre. Es conocido que en la antigüedad pueblos originarios hacían uso de éstas para sobrevivir. Los Huarpes, por ejemplo, usaban la totora como materia prima para construir balsas que les permitían pescar y trasladarse por los ríos. El paisaje en esa época era muy distinto al actual, de la misma forma que era diferente al que vieron por primera vez los conquistadores que llegaron al territorio hacia el siglo XVI.

Teniendo esto en cuenta la siguiente pregunta, se pone en cuestión: ¿entonces cómo llegaron especies de otros lugares a la región?

La respuesta es simple: su origen en la provincia se remonta a la colonización cuando aquellos extranjeros que llegaron a ocupar tierras americanas trajeron en sus maletas vegetación de sus países de procedencia para instalar en su nuevo hogar. Por una parte, era necesaria la creación de oasis donde la población pudiera instalarse, zonas con presencia de agua suficiente para el crecimiento permanente de plantas y para el establecimiento de cultivos que permitieran el desarrollo de la vida humana en el lugar. Por este motivo aquellos antepasados comenzaron a implementar la desviación del agua de los ríos hacia sus terrenos o zonas urbanizadas, y no hace mucho tiempo se empezaron a crear los primeros embalses como el Dique Potrerillos o El Carrizal. Años después, con la llegada de la inmigración extranjera a finales del siglo XVIII y principios del XIX trajeron consigo especies de sus lugares de origen, pues se desarrolló la tendencia de querer imitar los paisajes y la arquitectura mayormente europea.

La sociedad de hace unos 200 años actuó de esta manera porque carecía del conocimiento de las consecuencias ambientales que podrían generar a futuro la introducción de estas plantas. No se sabía de conservación y tecnología, pues no existía lo que es llamada ahora “problemática ambiental”.

Hoy en día el panorama es totalmente diferente, gracias a las investigaciones y la tecnología que se ha desarrollado, el tema ha surgido y ya es posible analizar el impacto y/o consecuencias que tuvieron y aún tiene la introducción de plantas exóticas a un nuevo territorio de manera voluntaria. Esto permite a su vez que se haya podido empezar a implementar medidas para controlar el tráfico de especies. Pero este tema se ampliará más adelante. Cabe mencionar también que es imposible prevenir la circulación de especies exóticas de un lugar a otro. Como aludimos anteriormente, se puede “controlar el tráfico” pero no es posible detenerlo porque a veces ocurre de manera involuntaria o accidental. Por ejemplo, en ocasiones las semillas se pueden infiltrar en cargamentos y camiones, o ingresar en barcos que las trasladarán a nuevos destinos sin que el humano sea consciente de ello. Esto significa, que es irrealizable la tarea evitar el traslado de especies de un lugar, especialmente en esta era donde todo está globalizado.


¿La flora exótica realmente afecta?

Según la especialista Jennifer Ibarra, fundadora de la Fundación Cullunche, hay tres especies introducidas actualmente que están generando problemas en el ecosistema mendocino y que por consecuencia se están empezando a combatir para que no produzcan más daño.

La rosa mosqueta es una de las plantas más perjudiciales para el territorio provincial ya que es muy invasiva y al crecer tapa todo. Como consecuencia de esto no permite que otras plantas se reproduzcan o crezcan debajo de ella, robándoles espacio para desarrollarse. Otra característica que tiene esta planta, que la hace difícil de erradicar, es que frente a los incendios no se ven realmente afectadas, luego de un tiempo se recomponen y vuelven a brotar fácilmente; a diferencia de otras especies que están a su alrededor que no resisten e incluso en algunos casos, no vuelven a surgir nunca más.

La segunda especie que se está apoderando del territorio es el tamarindo. Originalmente esta planta fue introducida a principios de los años 80` para sujetar los cauces de los ríos ya que tiene muchas raíces, pero el problema surgió cuando comenzó a extenderse por todos lados, generando así una alteración dentro de los cauces naturales de agua. Este tipo de planta suele absorber mucha y eso la ayuda para seguir invadiendo el territorio y provocando que otras plantas no se asienten ahí. Esta situación está sucediendo, por ejemplo, en la Laguna de Llancanelo ubicada en el departamento de Malargüe donde se está implementando un trabajo de erradicación de esta planta.

Ambas especies están siendo combatidas para evitar aún más su expansión. La rosa mosqueta es considerada plaga y se está empezando a evaluar su control. De la misma manera, entidades luchan contra el tamarindo, intentando eliminar la planta de la manera menos nociva y más natural posible. En este caso, los arbustos son arrancados con maquinarias, trabajo de fuerza y que lleva un tiempo considerable de realizar. Si el objetivo es ejecutar el trabajo de la manera más amigable posible, es indispensable el no uso de herbicidas o venenos porque además esto podría accidentalmente afectar a la flora nativa del lugar y sería algo contraproducente.


Guillermo Debandi, biólogo y doctor en Ciencias Naturales, afirmó que el hecho de controlar a este tipo de plantas es muy complejo y peor aún si se quiere erradicar, por ejemplo, a la rosa mosqueta y el tamarindo. Cuando estas especies colonizan un ambiente y se asientan en alguna zona, el momento de la “solución” para poder controlarlas está en el periodo de latencia. Es decir, cuando se están recién acomodando genéticamente en su nuevo territorio. Cuando pasa el tiempo y este periodo finaliza, comienza el de explotación, donde la especie no deja de reproducirse hasta el punto de tapar absolutamente todo. Allí, según Debandi, ya no es posible erradicarlas; sí se puede controlar, pero se necesita mucha predisposición y recursos materiales (dinero).

Al trasladarse a las zonas urbanas, se puede observar que allí hay especies que no son realmente de la provincia. Otra batalla que se está dando es contra las famosas palmeras, árboles que colman zonas como parques, plazas y los recientes barrios privados. Cabe mencionar que no trata de una lucha de erradicación física, sino que más bien se trata de un tema de concientización social. Las palmeras necesitan una mayor cantidad de agua a diferencia de especies autóctonas que subsisten con menos, lo que quiere decir que estas especies exóticas afectan más a la crisis hídrica de la provincia.

Ahora bien, es importante mencionar que, si bien existe la diferenciación entre plantas autóctonas y nativas, la realidad es que la mayoría de las especies se encuentran naturalizadas en el ecosistema de la provincia, conviviendo entre ellas y fundiéndose en el paisaje. Hay plantas introducidas que se adaptan a las condiciones de la región y que se han convertido en una presencia común.

Algunas especies incluso han llegado a una posición prevaleciente en la provincia. Ejemplo de esto es la vid, destacada en la industria y la cultura de Mendoza. La planta de la uva tiene origen asiático, pero se extendió hacia Europa a lo largo de la historia; a nuestra provincia llegó con la conquista y fue traída por los españoles. No es una planta nativa del lugar, pero el hombre desarrolló su vida y adaptó las circunstancias para poder criarla, llegando al punto de convertir el producto que se obtiene de ella (el vino) en la bebida provincial y la producción más exportada de la industria local.

Guillermo Debandi sostiene que el intercambio de especies es algo inevitable, es parte de la globalización. Por ello no deberíamos “volvernos locos” en intentar separar a unas de otras, ni conservar una y erradicar la otra, sino conservar lo que tenemos intentando controlar a la especie introducida. La propuesta está en redireccionar el plan de aquí en adelante, que en el futuro se gestione de manera inteligente y que sigamos aprovechando lo que tenemos.

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